A los pocos días buscando un balón en el cuarto de san alejo, encontré la respuesta a mi interrogante, una bicicleta turismera, marca ¿? aproximadamente de 1960, color azul, ring 28, le faltaban 3 rayos en la rueda delantera, la de atrás necesitaba urgentemente ser centrada, el sillín estaba medio jetiado, pero la pintura era impecable, rápidamente subí a donde estaba mi papá y le pregunté que de quién era esa bicicleta, Esa era de su abuelo, ¡ah! esa bicicleta me ayudo mucho cuando estudiaba, si viera todos los días me iba….bla, bla , bla, después de una hora de escucharlo le hice la gran pregunta, ¿puedo usarla?, Es para ahorrarme lo de los buses, el viejo lo pensó, pero después de un instante dijo: ¡hágale! Pero me la cuida y se cuida por ahí hay mucho bla, bla, bla, recuerde que tiene dos montadas la de su abuelo y la mía, fue lo último que escuche y salí de inmediato como niño en navidad a mirar mi regalo.
-50 lucas vale el arreglo chino,
-No don Gabriel, déjemelo en 20 es que no tengo más, mire yo soy el hijo de fulanito, mi abuelo era el cubano al que le decían Yara,
-Usted es nieto de Yara, -me dijo mirándome con extrañeza-, ese señor era un cuento siempre venia por acá a que le arreglara una bicicleta, una panadera que a cada nada le sacaba la mano –sonrió- muy parecida a esa.
-Es que esta es la bicicleta de mi abuelo- le respondí-
-No jodás chino- me dijo sorprendido-
-Sí, lo que pasa es que la necesito porque ahora voy a andar en bicicleta.
-Pero es que necesita mucho arreglo, dejémoslo en los 20 y vuelva la otra semana a ver qué pasa.
La Preciosa en todo su esplendor
En la Universidad no tuve problemas, las turismeras o “panaderas” como vulgarmente se conocen tienen gran acogida, por su estilo clásico, su bajo perfil y porque supuestamente poseen buen “despeje”, el primer día que llegué en bicicleta, muchos compañeros me pidieron una vuelta, luego de la U, me fui a ensayar con el grupo de teatro, apenas se la mostré a la flaca (mi compañera sentimental de entonces) exclamó ¡Yara está preciosa!, desde ese momento ese fue el nombre que utilicé cada vez que me refería a la bicicleta, luego la llevé en la parrilla y no faltó domingo donde saliéramos a darnos una vuelta la flaca, la preciosa y yo, una vez fuimos a Chía, otra a Sopó, en el camino conversábamos, comíamos y a veces acampábamos, lo único malo era que la flaca se cansaba de estar sentada y muchas veces se devolvía en bus.
La preciosa era la mejor compañía iba conmigo a todo lado, era como una novia pero mejor, siempre me esperaba fuera la hora que fuera, me podía subir en ella cuando quería y sobre todo nunca decía nada, con el tiempo y por pendejadas que le dan uno, para no ser ruido cuando llegaba a la casa la llevaba alzada hasta mi cuarto, para no correr el riesgo de que la rayaran o que el “abeja” de mi hermano se la tirara, allí siempre estaba, tranquila, quieta, siempre sentí que era un espectador cuando la flaca y yo aprovechábamos que no había nadie en la casa.
Son innumerables las historias que puedo contar de la preciosa y yo, pasados ya cuatro años, la flaca se fue y las pocas que llegaron luego, tuvieron algo que ver con la preciosa, allí me dejaban notas, las dejaba cerca a su casa o sencillamente me ponían en la difícil tarea de enseñarles a montar en una bicicleta completamente diferente a las desabridas todoterrenos que se encuentran por ahí, una vez iba para el Lucero Bajo (sur de la ciudad) llegando al portal del tunal una rata salía con prisa de una alcantarilla, con la preciosa íbamos a una velocidad de aproximadamente 50 km/h lo único que recuerdo fue como la rueda delantera espicho su cabeza contra el pavimento y me desestabilizaba mientras la rueda trasera levantaba el cuerpo del animal y lo destripaba contra el guardabarro. Una hora duré sacando los restos del animal con palos de paletas usados y cada vez encontraba en alguna parte del marco de la preciosa partes del roedor.
Otro día de vuelta a mi casa iba por la caracas y se mandó un aguacero de esos que suelen haber en Bogotá, paré en la 53 gracias a que un taxista estripó un charco y gran parte del contenido de este me lo llevé en mi ropa, cuando paré no me di cuenta que ante mi había una figura femenina de 1.75, aproximadamente, con una especie de levantadora abierta que dejaba ver su ropa interior.
Una voz gruesa intentando ser aguda me dijo:
- Se mojo papi
- Más o menos- exclame con voz temblorosa por la situación y por el frio tan jediondo.
- Ahhhhhhhhh si que pereza, estos días son una mamera, ¿quiere un tinto? me preguntó.
- No tranquila no tomo tinto-respondi-
- Mucho gusto mi nombre es Giovany, pero todos me dicen la garra.
- A mí todos me dicen Yara.
Esa vez me quede hablando con aquel travesti por más de una hora, hablamos sobre las vueltas que da la vida y otras vainas que no vienen al caso, existen días en los que paso por esa cuadra y aprovecho la bocina que tengo en el manubrio para echarle pito, a veces parece que se acuerda suelta una sonrisa y levanta su brazo.
Continuará…
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